Entradas

Mostrando entradas de 2012

El refugio

nos quedábamos mirando a los osos porque para nosotros los osos eran animales muy bellos, mucho, y aunque nos estuviéramos muriendo de hambre preferíamos matar un par de ardillas, ratas del bosque, o cocinar una vez más el último paquete de pasta de la alacena, antes que salir a cazar uno de aquellos osos que se asomaban a la ventana cada anochecer, la luz del refugio la única luz de todo el bosque, se asomaban los osos y te escuchaban cantar, y entre la guitarra y la voz y la chimenea parecías un anuncio de perfume uno de aquellos que veíamos en la ciudad antes del exilio y entonces nos quedábamos atrapados en el centro de un espejo nosotros mirábamos a los osos tan bellos, tú cantabas y mirabas a la vez, yo tenía uno de aquellos jerséis de lana con osos en el pecho, ellos también se morían de hambre durante gran parte del invierno y sin embargo eras tan bella y ellos tan poco carnívoros que no te podían hincar el diente y aunque se estuvieran muriendo de hambre nos ...

Básicos

La moda de esta temporada la marca la vuelta a nuestros básicos. A la cerveza en lata y caja de sorpresas, a los libros de bolsillo recién descubiertos en la municipal, a los bolsillos y a la mierda los portafolios de cuero falso y las corbatas; a los macarrones rojo puta y el pintalabios carne picada con tomate entre los dientes. Ahora que sabemos todas esas palabras en los idiomas extranjeros en los que trabajan nuestros amigos a diario; rouge lipstick em macarr ã o com carne moída; ahora viene nuestra moda interior con las rebajas, y aprovechando los recortes municipales y la falta de luz en las farolas nos deja las sílabas justas para que juntas no gasten más saliva que el principio de un susto en la garganta. Vuelta a los jerseys que hacen bolas y a hacernos una bola en el sofá mientras afuera la lluvia reza lo que sabe; a la lluvia, a los fenómenos atmosféricos habituales, a estudiar por las tardes e insomniar por las noches ...

El futuro de la inmersión

Tu casa tiene una bañera pequeña, en la que apenas cabemos. A los dos nos gusta bañarnos. A mí me encanta hacerlo contigo y a ti te gusta más sumergirte en solitario y que yo te admire desde el borde como el niño que no sabe nadar y se queda observando la piscina con ojos de infinita envidia. A pesar de que lo sé, al igual que conozco el número de pie que calzas, y al igual que podría adivinar tus pulsaciones por minuto en cualquier momento con un intervalo de confianza del noventa y cinco por ciento, a veces consigo que me abras la puerta del batiscafo y partimos hacia el fondo. En realidad no sé bañarme como tu lo haces, pero eso es material para un poema más allá del horario infantil. Yo disimulo y te sigo aunque me entre agua en los pulmones de camino a la Atlántida de porcelana y tapón de caucho. Una vez allí, soñamos. Soñamos todo lo que se puede soñar con las rodillas mal dobladas. Soñamos que un día podremos tener una bañera ...

El agosto salvaje universal

Me besas, te beso, centenares de miles de terminaciones nerviosas descorchan un champán de los buenos, y, en el segundo siguiente, se emborrachan de escalofríos hasta olvidar que una vez tuvieron una temperatura superior a los treinta y siete grados de media. Me besas, te beso, nos besamos. La memoria obvia de repente la manera exacta de conjugar el resto de personas. En la calle, a más de cincuenta grados y sin escalofríos, vemos a través de la ventana cómo suda la Humanidad entera en el agosto salvaje de la Península Ibérica. Los gordos van cayendo primero, incapaces de encontrar una pareja de baile. Las ancianas se abandonan a la muerte. Los jóvenes guapísimos de esta generación descubren tarde que han perdido la sensibilidad de sus pulgares y sus índices. Maldita tecnología. Pronto hay cadáveres por todos lados, pero ni una gota de sangre. No es un diluvio esta vez, ni me llamó Noé ni tú como quiera que se llamase su mujer. Es u...

Archipiélago

Amo nuestros fines de semana en archipiélago, rodeado su tiempo por los cuatro costados del tiempo oceánico de las semanas de estudio y trabajo. Los viernes cortos de tarde-noche, esos pequeños arrecifes en los que encallar cuando está oscureciendo para coger aire y víveres que nos lleven a la isla mayor del sábado. Los sábados tan enormes que cabría en ellos un aeropuerto intercontinental, y además tendría perfectamente justificada su construcción, porque no hacemos más un sábado cualquiera que volar por la mitad del cielo que Dios mantiene todavía virgen; Despegar y aterrizar, y entre medias comer y comprar como si estuviéramos en la zona libre de impuestos. Los domingos intermedios con su taller de costura vital para velas torcidas. Sé que el poema mentía. Nuestras vidas no son los ríos que etcétera. Nuestras vidas son los mares que sueñan con volverse tierra firme. En nuestro caso lo consiguen, por lo menos, tres días de cada siete.

La luciérnaga

En la oscuridad del patio de vecinos habita una luciérnaga. Una especie extraña, que no ha sido descrita todavía por los hipermétropes biólogos, ocupados en buscar vida salvaje más allá de las fronteras de los países occidentales, y que tiene el cuerpo recubierto a partes iguales de luz y de silencio. Pero yo la he visto; llevo años estudiando su brillo de noche, cuando el resto de los seres vivos dejan de reflejar la luz del sol y su respiración entra en el umbral del bajo consumo. La de ella no, la de ella permanece encendida, la respiración, la habitación y el cuerpo entero. Es la envidia de los contrastes radiológicos, tan necesitados de las máquinas para brillar, y de todas esas lámparas de IKEA que viven enganchadas a su diálisis continua de 125/220. Es la envidia también de las vecinas del bloque, que, sin saber de su potencia lumínica, piensan que su familia tiene un televisor de setecientos millones de puntos de color por cada pulgada. No se equivocan mucho en el d...

Ultra

Yamasaki me acompañó a la salida después de que todo terminara. Era extraño ir de la mano de un hombre tan mayor, de aquel anciano oriental; mis huellas dactilares no encontraban llanuras más allá de la cordillera de sus nudillos, tal era su nivel de arruga. Atravesamos tres cortinas muy espesas, igual que si hubiéramos permanecido encerrados en un bote de gelatina y por fin fuéramos capaces de sacar la cabeza por un lado, y luego el resto del cuerpo deshaciéndose a cámara lenta de un abrazo pegajoso. Era más sencillo para Yamasaki, que no medía mucho más de metro y medio; yo a cada milímetro pensaba que me iba a dejar allí alguna capa, y que mi pellejo permanecería pegado a cualquiera de aquellas mucosas para que lo recogiera el siguiente que pasase en dirección opuesta. Pero conseguí salir de una pieza las tres veces. Luego subimos y volvimos a bajar. Luego bajamos más y subimos por fin a la superficie. El viejo truco de hacer rebotar la luz hasta que se cansase de buscar la entrada ...

Rewind

Ahora me levanto prontísimo. Los días de entre semana sobre todo. Entonces tenías casi siete años menos que yo. A mí me gustaba ir al hipódromo. Escuchaba la música muy alta. Bebía algunas noches como si se fuera a terminar el mundo. Escribía poesía. Escribía poemas cortísimos que no leían ni siquiera mis mejores amigos. No era un maldito, porque dormía con la ventana cerrada, y los niños malos duermen siempre con ellas abiertas (las ventanas y sus etcéteras). Aquel verano había hecho calor de verdad en Madrid. Salir era ingresar en una sartén recién retirada del fuego, una invitación a correr descalzo hasta atravesar las brasas. Justo lo que hacen en los pueblos de donde vengo aquellos amantes que dicen que son los amantes verdaderos. Valiente chorrada. valiente chorrada quemarse las plantas de los pies por amor pudiendo quemarse el cuerpo entero con la combustión que sucede a la fricción espectacular provocada en la fusión de los núcleos de nuestras células cuando la d...

Poética

Los malditos poetas que sólo escribimos sobre el amor, el sexo y las braguitas tenemos frases tan tremendas como tienes esta noche la felicidad intransitable, porque la trampa en forma de agujero que cubres con el logo de Oysho me hace partirme las rodillas hasta la invalidez cada vez que rondo tu ombligo . El resto de poetas nos miran de la misma manera que un cirujano mira a su hijo en su primer empleo en el McDonald's (también, sí, también en el McDonald's en frente de una hamburguesa a la parrilla podría decirte simplemente estás de un algodón tan cien por cien que me parece mentira que cuando te desnudas del todo no me digas al instante “son diez mil” ). El resto de poetas, con sus trozos de lechuga vital molestando entre los dientes, y yo contigo, llenándonos los dos la boca de la carne del otro y riendo porque la palabra ketchup sólo rima con onomatopeyas. Por eso nunca llegaremos a los discursos de la real academia, nunca llegaremos a limpiar con nues...

Mentiras

Mentiras que te conté mientras dormías: que soy el mejor de los hombres, mejor incluso que Gandhi y que Guardiola, y con más pelo que los dos juntos; que soy el más rápido en llegar y a la vez el más lento en irme, que mi lengua tiene de serie piloto automático y con ella puedo conjugar cuando quiera el presente de tu punto G con las valencias de la bomba H, hasta formarte una X en el mapa del tesoro; que guardo más horas de sol que un verano finlandés, más vidas que un gato en una tragaperras, más ganas de ti que las que tiene toda Nueva York de ser un centímetro cuadrado de tu salón; que tengo los ojos color hierbabuena, o marihuana según el momento, y por eso puedo cuidar de tus plantas como un jardinero fiel, que me encanta el té porque es como cogerte de la mano y que nunca dejo nada en el plato; mentiras: que bajo la barba escondía un país entero lleno de panaderías y tiendas de ropa, que soy capaz de estar en pie tanto que veré caer el edificio más alto de...

Cirugía

felicidades Abrió un cajón de la mesilla, un cajón pequeño con hechuras de caja de cerillas, y allí se hacinaban los escalpelos, uno junto a otro en fila militar y a la vez íntima sobre una pieza de terciopelo. Al coger el más pequeño, brilló en el filo el reflejo rojo de sus uñas pintadas. Cerró el cajón, dejé de tener un primer plano de su espalda y cuando volví a enfocar eran sus ojos los que completaban el cuadro. Pero esto fue, casi, el final, y las historias se cuentan por el principio. Nos habíamos conocido en el campo. En un campo de maíz, para ser exactos, que de tan alto sólo nos dejó conocernos de cintura para arriba. Así que en vez de follar hablamos y hablamos mientras buscábamos la salida. De la dieta vegetariana, de la vida extraterrestre, de las cosquillas del maíz en las partes íntimas, sin saber ella si yo era un centauro varado; sin saber yo si ella una sirena que había encontrado unas ruedas en algún desguace de las afueras. Era una sirena, es cierto, pero eso ...

Cirugía (previo)

Abrió un cajón de la mesilla, un cajón pequeño con hechuras de caja de cerillas, y allí se hacinaban los escalpelos, uno junto a otro en fila militar y a la vez íntima sobre una pieza de terciopelo. Al coger el más pequeño, brilló en el filo el reflejo rojo de sus uñas pintadas. Cerró el cajón y dejé de ver su espalda cuando me alumbró con los ojos. Pero esto fue el final, y las historias se cuentan por el principio (continuará...)

Miss Atlántida

Te nombro miss Atlántida. Reina de las reinas de la belleza de un reino inusual y poético, enterrado bajo el agua hasta la coronilla, quimérico. Imposible de alcanzar salvo que dispongas de los pulmones de un elefante blanco y las aletas de un boeing siete cuatro siete. Con la tierra, su tierra, compuesta en un noventa por ciento del material del que se componen los sueños. Te nombro miss Atlántida, Reina de las reinas de la belleza y te entrego el cetro en la capital del reino: mi cama. Inusual y poética, enterrada bajo nuestras aguas hasta perder la cabeza, quimérica. Imposible de alcanzar salvo que depongas tus pulmones de leopardo rosa y todos los atletas que caben en un boeing siete cuatro siete. Con las sábanas, sus sábanas, impregnadas hasta el exceso del material del que se componen los sueños. Te nombro, y antes de terminar tu nombre completo ya me estás inundando el poema de puntos finales.

Virginal

(feliz año) De repente, hay algo virginal. La nieve recién caída y la manera en la que la pisamos. La manera en la que un enfermo crónico que acaba de ser diagnosticado, acerca a su boca y toma la primera pastilla de su tratamiento vitalicio. El sonido de los palillos chinos antes de caer, pero después del chasquido que han hecho cuando los hemos separado el uno del otro. Virginales. Rodeados de ellos. Todos. Provocan una drogadicción especial las cosas nuevas. Por eso no podemos evitar andar descalzos por el pasillo después de haber fregado a conciencia, y luego corremos entre risas a por los calcetines cuando llaman a la puerta. Es el espejo que llega a casa, sujeto por las manos enguantadas de dos operarios, para sustituir a aquel que rompimos mientras nos poníamos guapos. Virginal para ellos el tacto de nuestras manos en la propina, nuestras manos que antes nos han masturbado rápida y agitadamente, hasta convertir el espacio entre los latidos en el tiempo de...